33. Más aún, siendo Jesucristo ahora y siempre el Hijo de María, según le repiten millares de veces todos los días el cielo y la tierra: “Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús” (Lc. 1, 42), es enteramente cierto que Jesucristo es para cada hombre que lo posee en particular, tan verdaderamente el fruto de la obra de María, como para todo el mundo en general. De suerte que, si algún fiel tiene a Jesucristo formado en su corazón puede atreverse a decir: “Mil gracias a María. Lo que yo poseo es su efecto y su fruto, y sin Ella yo no lo tendría”.
Y a Ella pueden aplicarse con más razón, lo que San Pablo a sí mismo aplicaba en estas palabras: “Quos iterum parturio, donec formetur Christus in vobis” (Gal. 4, 19): Yo engendro todos los días a los hijos de Dios, hasta que Jesucristo, mi Hijo, sea formado en ellos en la plenitud de su edad. San Agustín, sobrepasándose a sí mismo y a todo cuanto acabo de decir, afirma que todos los predestinados, para ser conformes a la imagen del Hijo de Dios, permanecen en este mundo ocultos en el seno de la Santísima Virgen, donde son guardados, alimentados, mantenidos y desarrollados por esta buena Madre, hasta
que Ella no los engendre para la gloria, después de la muerte, que es propiamente el día de su nacimiento, como la Iglesia llama a la muerte de los justos. ¡Oh misterio de gracia desconocido de los réprobos y poco conocido de los predestinados!
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Fuente: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María y el Secreto de María