4. Te ofrezco también todo lo bueno que poseo, aunque sea poco e imperfecto, para que lo enmiendes y santifiques, te sea agradable, lo hagas aceptable a ti y para que lo vuelvas siempre mejor y, además, para que a este siervo perezoso e inútil lo lleves a un fin bienaventurado y glorioso.
5. Te ofrezco, además, todos los piadosos deseos de las almas buenas, las necesidades de mis parientes, amigos, hermanos, hermanas; de todos los que me son queridos y de aquellos que, por tu amor, me han hecho bien a mí o a otros.
Te presento, finalmente, todas las personas —las que aún viven y las que de este mundo han pasado al otro— que desearon y me pidieron que rezara por sus intenciones o dijese misas por ellas y por todos sus allegados.
Que todos experimenten el favor de tu gracia, la fuerza de tu consuelo, la protección en los peligros y el alivio en sus penas, para que, libres de todos los males y llenos de alegría, te den gracias solemnes.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.