4. Esta es la gracia que concedes a tus amigos: que padezcan y sean atormentados, en este mundo por tu amor, por cualquier persona y todas las veces que tú lo permitas.

Sobre esta tierra nada sucede que no lo haya dispuesto tu providencia y sin una causa.

Bueno es para mí, Señor, que me hayas afligido, para que aprenda tus mandamientos (Sal. 118, 71) y destierre de mi interior toda soberbia y presunción. Es provechoso para mí que la vergüenza haya cubierto mi rostro para que busque consolarme en ti más que en los hombres.

De tal manera aprendí a temer tu inesrutable juicio con el cual afliges tanto al justo como al pecador, pero siempre según equidad y justicia.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.