2. Realmente tú eres mi amado, escogido entre miles (Cant. 5, 10), en quien mi alma se complace y quiere habitar todos los días de su vida. Verdaderamente tú eres aquel que me da sosiego, aquel en el cual reside la paz suprema, el descanso indudable; fuera de ti no hay más que fatiga, dolor y miseria infinita.
En verdad tú eres el Dios escondido (Is. 45, 15), evitas el trato con los malos y hallas tus delicias en conversar con los humildes y los sencillos.
¡Oh Señor! ¡Qué suave es tu espíritu! (Sab. 12, 1). Para manifestar el amor que tienes hacia tus hijos te dignas mantenerlos con un pan suavísimo bajado del cielo.
Sí; no hay otra nación tan grande que tenga dioses tan cercanos a ella, como lo estás tú, Dios nuestro (Dt. 4, 7), en relación con todos tus fieles a quienes te das diariamente como alimento de salvación para que perciban un consuelo continuo y dirijan su corazón hacia el cielo.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.