3. Queremos que los demás sean estrictamente corregidos, pero nosotros no. Nos molesta la excesiva liberalidad de otros, pero no queremos se nos niegue nada a nosotros. Queremos que se restrinja a otros por medio de reglamentos, pero no permitimos que a nosotros se nos ponga un solo freno. De aquí surge clara la conclusión: no consideramos al prójimo como a nosotros mismos. Si todos fueran perfectos, ¿qué ocasiones nos proporcionarían nuestros semejantes para sufrir por amor de Dios?
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.