3. ¡Mi Dios, dulzura inefable! Convierte en amargura para mí todo consuelo terrenal que me aleje del amor de los bienes eternos, que intente atraparme o me deleite indecorosamente con la vista de las cosas pasajeras que agradan.
Que no me venza, Dios mío, que no me domine la carne y la sangre; que no me engañen el mundo y su gloria transitoria, que no me aplasten el demonio y su astucia. Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para preservar. En lugar de todas las alegrías mundanas, otórgame la suavísima unción de tu espíritu y en lugar del amor terrenal infunde en mí el amor de tu nombre.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.