2. Señor, ¿qué he realizado yo para merecer algún consuelo celestial? No recuerdo haber efectuado nada de bueno, sino que he sido siempre inclinado a los vicios y tardo en enmendarme.
Esta es la verdad y no la puedo negar. Si afirmara otra cosa tú te pondrías en contra de mí y ya no habría nadie que me pudiera defender.
¿Qué he merecido por mis pecados, sino el infierno o el fuego eterno? Lo confieso con toda franqueza: soy merecedor de toda confusión y de todo desprecio e indigno de pertenecer al número de tus devotos. Y aunque me apene el decirlo, por amor a la verdad, daré testimonio contra mí, acusándome de mis pecados, para alcanzar con mayor facilidad tu misericordia.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.