3. ¡Oh eterna luz, que estás por encima de toda luz creada!, desde lo alto envía un rayo tuyo que penetre en lo más íntimo de mi corazón. Purifica, alegra, ilumina y vivifica mi espíritu con sus facultades para que se una íntimamente a ti en un jubiloso abandono.
¿Cuándo llegará ese tan feliz y suspirado momento en que tú me llenarás con tu presencia y seas para mí todo en todas las cosas? Mientras esto no me sea concedido, no habrá plena alegría para mí.
Lo afirmo con dolor: en mí vive el hombre viejo, aún no del todo crucificado, no totalmente muerto, porque aún se rebela violentamente contra el espíritu, promueve guerras internas y no permite que el reino del alma viva en paz.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.