En el Parque Gregorio Gutiérrez González de Sonsón existe un monumento en honor a este importante escritor que escribió sus mas bellos poemas en este municipio y el que más fama le ha dado en todo el mundo, «Memoria sobre el Cultivo de Maíz en Antioquia».

CAPITULO I

De los terrenos propios para el cultivo, y manera de hacerse los barbechos, que decimos rozas.

Buscando en dónde comenzar la Roza,
De un bosque primitivo la espesura,
Treinta peones y un patrón por jefe
Van recorriendo en silenciosa turba.

Vestidos todos de calzón de manta,
Y de camisa de coleta cruda,
Aquél a la rodilla, ésta a los codos,
Dejan sus formas de titán desnudas

El sombrero de caña con el ala
Prendida de la copa con la aguja,
Deja mirar el bronceado rostro
Que la bondad y la franqueza anuncia.

Atado por detrás con la correa
Que el pantalón sujeta a la cintura,
Con el recado de sacar candela,
Llevan repleto su carriel de nutria.

Envainado y pendiente del costado
Va su cuchillo de afilada punta;
Y en fin, al hombro, con marcial despejo,
El calabozo que en el sol relumbra.

Al fin eligen un tendón de tierra
Que dos quebradas serpeando cruzan,
En el declive de una cuesta amena,
Poco cargada de maderas duras.

Y dan principio a socolar el monte,
Los peones formados en columna;
A seis varas distante uno de otro
Marchan de frente con presteza suma.

Voleando el calabozo a un lado y otro,
Que relámpagos forma en la espesura,
Los débiles arbustos, los helechos
Y los bejucos por doquiera truncan.

Las matambas, los chusques, los carrizos,
Que formaban un toldo de verdura,
Todo deshecho y arrollado cede
Del calabozo a la encorvada punta.

Con el rastro encendido, jadeantes,
Los unos a los otros se estimulan;
Ir adelante alegres quieren todos,
Romper la fila cada cual procura.

Cantando a todo pecho la guabina,
Canción sabrosa, dejativa y ruda,
Ruda cual las montañas antioqueñas
Donde tiene su imperio y fue su cuna.

No miran en su ardor a la culebra
Que entre las hojas se desliza en fuga
Y presurosa en su sesgada marcha,
Cinta de azogue, abrillantada undula;

Ni de monos observan las manadas
Que por las ramas juguetonas cruzan;
Ni se paran a ver de aves alegres
Las mil bandadas de pintadas plumas;

Ni ven los saltos de la inquieta ardilla,
Ni las nubes de insectos que pululan,
Ni los verdes lagartos que huyen listos,
Ni el enjambre de abejas que susurra.

Concluye la socola. De malezas
Queda la tierra vegetal desnuda.
Los árboles elevan sus cañones
Hasta perderse en prodigiosa altura.

Semejantes de un templo a los pilares
Que sostienen su toldo de verdura;
Varales largos de ese palio inmenso,
De esa bóveda verde altas columnas.

El viento, en su follaje entretejido,
Con voz ahogada y fúnebre susurra,
Como un eco lejano de otro tiempo,
Como un vago recuerdo de ventura.

Los árboles sacuden sus bejucos,
Cual destrenzada cabellera rubia
Donde tienen guardados los aromas
Con que el ambiente, en su vaivén, perfuman.

De sus copas galanas se desprende
Una constante, embalsamada lluvia
De frescas flores, de marchitas hojas,
Verdes botones y amarillas frutas.

Muestra el cachimbo su follaje rojo,
Cual canastillo que una ninfa pura
En la fiesta del Corpus, lleva ufana
Entre la virgen, inocente turba.

El guayacán con su amarilla copa
Luce a lo lejos en la selva oscura,
Cual luce entre las nubes una estrella,
Cual grano de oro que la jagua oculta.

El azucena, el floro-azul, el caunce
Y el yarumo, en el monte se dibujan
Como piedras preciosas que recaman
El manto azul que con la brisa undula.

Y sobre ellos gallarda se levanta,
Meciendo sus racimos en la altura,
Recta y flexible la altanera palma,
Que aire mejor entre las nubes busca.

Ved otra vez a los robustos peones
Que el mismo bosque secular circundan;
Divididos están en dos partidas,
Y un capitán dirige cada una.

Su alegre charla, sus sonoras risas,
No se oyen ya, ni su canción se escucha;
De una grave atención cuidado serio
Se halla pintado en sus facciones rudas.

En lugar del ligero calabozo
La hacha afilada con su mano empuñan;
Miran atentos el cañón del árbol,
Su comba ven, su inclinación calculan.

Y a dos manos el hacha levantando,
Con golpe igual y precisión segura,
Y redoblando golpes sobre golpes,
Cansan los ecos de la selva augusta.

Anchas astillas y cortezas leves
Rápidamente por el aire cruzan;
A cada golpe el árbol se estremece,
Tiemblan sus hojas, y vacila… y duda…

Tembloroso un momento cabecea,
Cruje en su corte, y en graciosa curva
Empieza a descender, y rechinando
Sus ramas enlazadas se apañuzcan;

Y silbando al caer, cortando el viento,
Despedazado por los aires zumba…
Sobre el tronco el peón apoya el hacha
Y el trueno, al lejos, repetir escucha.

Las tres partidas observad. A un tiempo
Para echar una galga se apresuran;
En tres faldas distintas, el redoble
Se oye del hacha en variedad confusa.

Un fila de árboles picando,
Sin hacerlos caer, está la turba,
Y arriba de ellos, para echarlo encima,
El más copudo por madrino buscan.
Y recostando andamios en su tronco
Para cortarlo a regular altura,
Sobre las bambas y al andamio trepan
Cuatro peones con destreza suma.

Y en rededor del corpulento tronco
Sus hachas baten y a compás sepultan,
Y repiten hachazos sobre hachazos
Sin descansar, aunque en sudor se inundan.

Y vencido por fin, cruje el madrino,
Y el otro más allá: todos a una,
Las ramas extendidas enlazando,
Con otras ramas enredadas pugnan;

Y abrazando al caer los de adelante,
Se atropellan, se enredan y se empujan,
Y así arrollados en revuelta tromba
En trueno sordo, aterrador, retumban…

El viento azota el destrozado monte,
Leves cortezas por el aire cruzan,
Tiembla la tierra, y el estruendo ronco
Se va a perder en las lejanas grutas.

Todo queda en silencio. Acaba el día,
Todo en redor desolación anuncia.
Cual hostia santa que se eleva al cielo
Se alza callada la modesta luna.

Troncos tendidos, destrozadas ramas,
Y un campo extenso desolado alumbra,
Donde se ven como fantasmas negros
Los viejos troncos, centinelas mudas.

Ver el CAPÍTULO II