2. ¿Qué tengo que hacer, pues?
3. Presta mucha atención a todo lo que haces y dices y toda tu intención dirígela con el fin de agradarme a mí, sin desear ni buscar nada fuera de mí.
No juzgues temerariamente de las palabras o de las acciones de los demás, ni te entrometas en asuntos que no te fueron encomendados. Y, de ese modo, puede ser que rara vez o casi nunca, pierdas la tranquilidad; aunque no experimentar alguna aflicción y no sentir alguna molestia en el espíritu o en le cuerpo, no es cosa de este mundo, sino una condición propia de la eterna bienaventuranza.
No creas, por lo tanto, haber alcanzado la paz verdadera porque no percibes alguna pesadumbre, ni que todo marche bien porque no tienes adversario a la vista, ni que hayas llegado a la perfección porque todo te sucede según tu sentimiento. Ni pienses que eres grande, digno de especial predilección porque disfrutas una gran devoción y dulzura. El verdadero amor o la virtud no se conoce en todo esto, ni en esto consiste el progreso y la perfección del hombre.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.