14. Confieso con toda la Iglesia que siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada con la Majestad infinita, es menos que un átomo o, mejor, es nada, porque sólo Él es El que es. Por consiguiente, este poderoso Señor, siempre independiente y suficiente a Sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Virgen María para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo.
15. Afirmo, sin embargo, que —dadas las cosas como son— habiendo querido Dios comenzar y culminar sus mayores obras por medio de la Santísimas Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará jamás de proceder: es Dios y no cambia ni en sus sentimientos ni en su manera de obrar.
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