97. Los devotos presuntuosos son pecadores abandonados a sus pasiones, o amantes del mundo, que bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen ocultan el orgullo o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o los juramentos, o la maledicencia, o la injusticia, etc.; que duermen en paz en sus malos hábitos, sin hacerse mucha violencia para corregirse, con el pretexto de que son devotos de la Santísima Virgen; se aseguran que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión, que no se condenarán, ya que rezan la corona del rosario, ayunan el sábado, pues son de la cofradía del Santo Rosario o Escapulario o de alguna de sus congregaciones, porque llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc.
Cuando se les dice que su devoción no es más que una ilusión del diablo y perniciosa presunción capaz de perderlos, no lo quieren creer, afirmando que Dios es bueno y misericordioso, que no nos ha creado para condenarnos; que no hay hombre que no peque; que no morirán sin confesión; que un buen “Señor, ten piedad”, en la hora de la muerte, es suficiente; además, que ellos son devotos de la Santísima Virgen; que llevan el escapulario, rezan todos los días sin reproche ni ostentación alguna siete Padre nuestros y siete Ave Marías en honra de Ella; que hasta rezan algunas veces la corona del Rosario y el Oficio de la Santísima Virgen; que ayunan, etc. Y para confirmar lo que dicen y obstinarse más en su ceguera, relatan algunas historias que han escuchado o leído en libros, verdaderas o falsas –poco importa–, que certifican que personas muertas en pecado mortal, sin confesión, por el simple hecho de que durante su vida, habían hecho algunas oraciones o prácticas de devoción a la Santísima Virgen, o resucitaron para confesarse, o su alma permaneció milagrosamente en su cuerpo hasta permitirles confesarse; o por la misericordia de la Virgen, obtuvieron de Dios en su muerte, la contrición y el perdón de sus pecados y por lo tanto se han salvado, y, por la misma razón, ellos esperan la misma cosa.
98. No existe en el cristianismo nada tan dañino como esta presunción diabólica, pues ¿se puede decir en verdad que se ama y honra a la Santísima Virgen, cuando con los pecados se hiere, se atraviesa, se crucifica y ultraja sin piedad a Jesucristo su Hijo? Si María se impusiere como ley salvar por su misericordia a esta clase de gente, autorizaría el crimen, ayudaría a crucificar y a ultrajar a su divino Hijo. ¿Quién osaría pensar eso jamás?
99. Yo digo que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen –que es después de la devoción a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, la más santa y sólida–, es cometer un horrible sacrilegio; y, que después del sacrilegio de la Comunión indigna, es el más grande y menos digno de perdón.
Confieso que para ser verdaderamente devoto de la Santísima Virgen, no es absolutamente necesario ser tan santo que se evite todo pecado –aunque esto sería lo más deseable–, pero sí es necesario, al menos, y es preciso resaltarlo bien:
– Primeramente, tener una sincera resolución de evitar al menos todo pecado mortal, que ultraja a la Madre tanto como al Hijo;
– en segundo lugar, hacerse violencia para evitar el pecado;
– en tercer lugar, ingresar en las cofradías, recitar la corona, el santo rosario completo y otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
100. Esto es maravillosamente útil para la conversión de un pecador, por muy endurecido que esté; y si mi lector se juzga tal, cuando tuviere un pie en el abismo, siga éste mi consejo, pero con la condición de que no practicará estas buenas obras sino con la intención de obtener de Dios, por intercesión de la santísima Virgen, la gracia de la contrición y el perdón de sus pecados, y de vencer sus malos hábitos, y no para permanecer pasivamente en el estado de pecado, contra los remordimientos de su conciencia, a ejemplo de Jesucristo y de los santos, y las máximas del santo Evangelio.
Fuente: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María y el Secreto de María
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