4. Recuerda que tu antiguo enemigo hace cualquier esfuerzo para impedirte la consecución de tus buenos propósitos y en alejarte de todos los ejercicios de piedad como es honrar a los santos, la piadosa meditación de mi pasión, la útil contradicción de tus pecados, la guarda del corazón y el propósito firme de adelantar en la virtud.
Te sugerirá, además, muchos pensamientos malos para acobardarte y atemorizarte, para infundirte aversión a la oración y a la lectura espiritual. A él le desagrada sobremanera la humilde confesión y, si pudiese, te haría dejar la comunión.
No le creas ni le hagas caso, aunque con frecuencia te arme lazos para seducirte. Cuando te sugiera pensamientos malos y torpes, devuélveselos a él y dile: vete de aquí, espíritu inmundo, avergüénzate miserable, debes ser un muy sucio para traerme tantos y tales cosas a la imgainación. Apártate de mí, seductor perverso; no tendrás lugar alguno en mí. Jesús solo, como defensor invencible, estará en mí, y tú serás confundido.
Prefiero morir y sufrir cualquier tormento antes que consentir a tus satánicas inspiraciones. Calla y enmudece, no te prestaré ninguna atención por más que me importunes. El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quién temeré? (Sal. 26, 1). Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá (Sal. 26, 3). El señor es mi ayuda y mi redentor (cfr. Sal. 18, 15).
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.