4. Entonces verá y se henchirá de emoción, se admirará y se dilatará su corazón (Is. 60, 5), porque con él está el poder de Dios (Ez. 3, 14; Lc. 1, 66), en cuyas manos se puso enteramente y por siempre.
De esta manera será bendito el hombre (Sal. 127, 4) que busca a Dios con toda su alma y no ha recibido inútilmente de él su vida (Sal. 23, 4).
El hombre, al recibir la sagrada Eucaristía, merece la gracia incomparable de la unión divina, porque no mira lo que le puede ser dulce y le puede consolar sino que, por encima de toda dulzura y de todo consuelo, lo que más le importa es glorificar y honrar a Dios.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.