6. Alégrate, alma mía, y da gracias a Dios por haberte dejado en este valle de lágrimas un don tan magnífico y un consuelo tan singular. Porque todas las veces que meditas este misterio y recibes el cuerpo de Cristo, otras tantas cooperas a la obra de tu redención y te haces partícipe de todo los méritos de Cristo.
El amor de Cristo nunca se entibia, ni se agota el tesoro de su expiación. Por lo tanto te debes preparar para este sacramento con un espíritu siempre renovado y considerar con profunda atención la grandeza de este misterio de salvación.
Cuando celebras la Misa y aun cuando la oyes, debe ser esto para ti una cosa tan elevada, tan extraordinaria y tan agradable como si fuese el mismo día en que Cristo se hizo hombre descendiendo en el seno purísimo de la Virgen, o como aquel en el cual, clavado en la cruz, padeció y murió por la salvación de los hombres.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.