9. Envía tu luz y tu verdad (Sal. 42, 3) para que alumbren la tierra: porque yo también soy tierra vacía y estéril si tú no me iluminas. Derrama desde lo alto tu gracia, riega mi corazón con tu rocío celestial, envíame las aguas de la piedad para humedecer la superficie de la tierra a fin de que produzca frutos buenos y perfectos. Levanta mi ánimo oprimido por el peso de los pecados y haz que todas mis aspiraciones se dirijan a las cosas del cielo, para que, una vez que haya probado la suavidad de la felicidad celestial, me cause pena pensar en la terrenal.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.