6. ¡Oh, qué grande y honroso es el misterio de los sacerdotes, a los cuales se les concede el poder de consagrar, con palabras sagradas, al Señor altísimo, bendecirlo con sus labios, tenerlo en sus manos, alimentarse con su propia boca y repartirlo a los demás!
¡Qué limpias deben estar las manos, qué pura debe ser la boca, santo el cuerpo e inmaculado el corazón del sacerdote en el cual entra tantas veces el autor de la pureza!
De los labios del sacerdote, que tantas veces recibe el sacramento de Cristo, sólo debieran salir palabras santas y nada que no fuera honesto y útil.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.