60. Habiendo tratado hasta aquí algo sobre la necesidad que tenemos de la devoción a la Santísima Virgen, es preciso decir en qué consiste esta devoción, y esto lo haré con la ayuda de Dios, después
de dejar como presupuesto algunas verdades fundamentales, que darán luz a esta grande y sólida devoción que quiero descubrir.

Artículo 1: Cristo es el fin último de la devoción a la Santísima Virgen

61. Jesucristo nuestro Salvador, verdadero Dios y verdadero hombre, debe ser el fin último de todas nuestras devociones; de otro modo, ellas serían falsas e ilusorias. Jesucristo es el alpha y el omega, el principio y el fin de todas las cosas. Nosotros no trabajamos, como nos enseña el Apóstol, sino para hacer a todos los hombres perfectos en Jesucristo, pues es sólo en Él donde habita toda la plenitud de la divinidad, así como todas las otras plenitudes de gracias, virtudes y perfecciones; porque sólo en Él hemos sido bendecidos con todas las bendiciones espirituales; porque Él es nuestro único Maestro que debe enseñarnos, nuestro único Señor de quien debemos depender, nuestra única Cabeza a la cual debemos estar unidos, nuestro único Modelo según el cual debemos conformarnos, nuestro único médico que puede curarnos, nuestro único Pastor que nos ha de alimentar, el Camino único que debe conducirnos, nuestra única Verdad que debemos creer, nuestra única Vida que debe vivificarnos, y nuestro único Todo que en todas las cosas nos debe ser suficiente. Debajo del cielo no ha sido dado otro nombre que el nombre de Jesús, por el cual debemos conseguir nuestra salvación. Dios no nos ha dado otro fundamento para nuestra salvación, para nuestra perfección y nuestra gloria, que Jesucristo: todo edificio que no esté fundamentado en esta piedra firme, está cimentado sobre arena movediza, y tarde o temprano caerá infaliblemente. Todo fiel que no esté unido a Él como un sarmiento a la cepa de la vid, caerá, secará, y sólo servirá para ser echado al fuego. Fuera de Él sólo hay extravío, mentira, iniquidad, inutilidad, muerte y condenación. Si permanecemos en Jesucristo y Jesucristo en nosotros, no tendremos que temer condenación alguna. Ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del infierno, ni criatura alguna podrá hacernos daño, porque no puede separarnos de la caridad de Dios que está en Jesucristo. Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo, podemos todas las cosas: rendir todo honor y gloria al Padre, en la unidad del Espíritu Santo; ser perfectos, y en relación a nuestro prójimo, ser un buen olor de vida eterna. (2 Cor. 2, 15-16).

Fuente: Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María y el Secreto de María

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