La terapeuta humanista Yvonne Laborda, en su libro: DAR VOZ AL NIÑO, Ser los padres que nuestros hijos necesitan, define lo que es una crianza consciente: “Una crianza consciente consiste no solo en respetar al niño, sino que primero tenemos que sanar nuestra propia historia. ¿Lo que pesa nuestra infancia a la hora de criar a nuestros hijos es lo que nos impide ser los padres que nuestros hijos necesitan?”.
Sí, es nuestra historia, lo que nos faltó a nosotros en nuestra infancia… Hasta que yo no conecte con la niña que fui, con la adolescente que fui, que le pasó, que merecía y no obtuvo… va ser muy difícil que yo pueda conectar con mi hijo, porque aprendemos a respetar habiendo sido respetados, a dar habiendo recibido lo que necesitamos, a amar habiendo sido amados incondicionalmente… sino lo hemos recibido, no lo podemos dar, si hemos sido criticados, gritados, castigados… transmitimos eso y él aprenderá eso y lo reproducirá.
Qué hacer para sanar las heridas de la infancia: Las heridas de la infancia son una lesión emocional que sufrimos cundo somos pequeños en nuestro entorno más cercano, son las cosas que nos marcaron cuando éramos niños y que ahora, de adolescentes o adultos, debemos perdonar y sanar para tener una existencia plena. Todas las personas tenemos heridas de la infancia en mayor o menor medida, por eso no tiene sentido culpar a los padres o cuidadores como si ellos nos hubieran herido de gusto, ellos dieron lo mejor con las herramientas que tenían en ese momento.
- Lo primero es aceptar la verdad, aceptar que tal vez nuestra infancia no fue tan feliz y que nuestras necesidades no fueron satisfechas. Tras la aceptación y el perdón viene la transformación.
- Realizar ejercicios de autoconocimiento
- Tomar conciencia de la vivencia que crea la herida
- Comprométete contigo mismo a cambiar y a fortalecer tu autoestima
- Aceptándote a ti mismo, comprometiendo ser una madre contigo mismo, abrazándote, cuidándote y amándote
- Practicar el perdón
Para mejorar nuestras relaciones con nuestros hijos existen cuatro raíces:
La presencia: Porque lo que más confirma a un niño: tu vales, tu mereces, tu importas. Es pasar tiempo con él y dedicarle nuestra atención.
Validar sus emociones y necesidades: Porque todos los seres humanos sentimos y necesitamos y no podemos elegir no hacerlo.
Nombrar la verdad: De lo que me paso a mí para liberar al niño de toda culpa.
Intimidad emocional: Un espacio libre de crítica, en que puedan ser ellos mismos.
«Nunca es tarde para mejorar nuestra relación con nuestros hijos y con nosotros mismos, en nuestras manos está amarlos cada día, porque un niño respetado, amado, y escuchado, será siempre un ser humano feliz».
Por: Martha Lucía González C.
Lea también: