1.Señor Dios, Padre santo, bendito seas ahora y por siempre, porque se hizo lo que tú quisiste y lo que tú haces es bueno.
Que tu siervo se alegre en ti, no en sí mismo o en alguna otra persona, porque tú solo Señor, eres la alegría verdadera, mi esperanza y mi corona, mi gozo y mi gloria.
¿Qué tiene tu siervo sino lo que ha recibido de ti aun sin merecerlo? Lo que me has dado y cuanto hiciste conmigo es todo tuyo. Desdichado y moribundo estoy desde mi infancia (Sal. 87, 16), y mi alma se entristece algunas veces hasta derramar lágrimas y otra se turba ante el peligro de sucumbir frente al empuje de las pasiones.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.