1.Sea por siempre bendito tu nombre (Tob, 3, 11), Señor, por qué has permitido que viniera sobre mí esta tentación y esta aflicción. Yo no puedo evitarla y necesito refugiarme en ti para que me ayudes y la conviertas en bien.
Señor, ahora me encuentro bajo el peso de la tribulación y mi corazón no se halla sosegado, porque la presente pasión me atormenta mucho.
¿Qué te diré, ahora, Padre amado? Estoy rodeado de angustias. Líbrame de este trance. Pero no, pues para esto llegué a esta hora (Jn. 12, 27), para que tu seas glorificado cuando yo me vea muy humillado, y luego liberado por ti.
Dígnate Señor, socorrerme (Sal. 39, 14), porque yo, pobre, ¿qué podré hacer y adónde podré ir sin ti? Una vez más Señor, dame paciencia. Ayúdame, Dios mío, y no temeré por muy grande que sea mi tribulación.
Lea también: No dependa tu paz de la boca de los hombres
Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.