1.Contra mí mismo confesaré mi iniquidad (sal. 31, 5) y a ti, Señor, confesaré mi debilidad. Con frecuencia me abato y me entristezco por una pequeñez. Me propongo pelear con firmeza, pero, al sobrevenir una pequeña instigación, experimento una terrible angustia. Algunas veces hasta de las cosas más insignificantes nacen en mi graves tentaciones. Y cuando, por no sentirlas, me considero de alguna manera seguro, me encuentro casi derribado por el soplo más leve de contrariedad.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.