1.La vida del que se ha abandonado a Dios debe resplandecer de toda clase de virtud para que, interiormente, sea como aparece a los hombres exteriormente. Y, con razón, en su interior, el hombre debe ser mejor que en su exterior, porque nuestro Dios nos mira y a él, dondequiera que estemos, le debemos sumo respeto y, en su presencia, debemos caminar puros como los ángeles.
Cada día debemos renovar nuestro propósito y estimularnos a un mayor fervor como si hoy nos hubiésemos convertido, diciendo: «Señor, Dios mío, ayúdame en mi buen propósito de entregarme a tu santo servicio. Concédeme la gracia de empezar hoy a trabajar seriamente porque, hasta la fecha, nada he hecho de bueno».
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.