1. Señor, ¿quién me concederá que te halle solo para abrirte todo mi corazón y poderte gozar como mi alma desea? Entonces nadie me despreciaría (cfr. Cant. 8, 1), entonces ninguna criatura me interesaría o me miraría, sino que serías tú el único en hablarme, y yo a ti, como aquel que ama suele hablar con la persona amada, y como el amigo suele hacerlo cuando comparte la mesa con otro amigo.
Esto sólo pido y esto sólo deseo: unirme totalmente a ti, desprender mi corazón de todas las cosas creadas y acostumbrarme a gustar las celestiales y eternas por medio de la sagrada comunión y al frecuente celebración de la misa.
¡Oh, Señor Dios! ¿Cuándo, olvidándome por completo de mí, estaré eternamente unido a ti y como abismado en tu presencia? Tú en mí y yo en ti. Haz que podamos permanecer así unidos eternamente.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.