1.Ahora, Señor, te voy a hablar de nuevo; no callaré. Les diré a los oídos de mi Dios, de mi Señor y mi Rey, que está en lo más alto de los cielos: ¡Que grande es la bondad, Señor, que reservas para los que te temen! (Sal. 30, 20). ¿Qué será para los que te aman? ¿Y para los que te obedecen de todo corazón?
Verdaderamente inefable es la dulzura de tu contemplación que concedes a los que te quieren. En esto me has mostrado de manera particular tu dulce caridad, porque cuando yo no existía, tú me transformaste para que te sirviera y me mandaste que te amara.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.