2. ¡Oh fuente de amor perenne! ¿Qué diré de ti? ¿Cómo podré olvidarme de ti que te dignaste acordarte de mí aun después de haberme yo extraviado y perecido?
Más allá de toda esperanza tuviste misericordia con tu siervo y, más allá de todo merecimiento, me diste tu gracia y amistad. ¿Qué diré yo por tanto favor? Porque no a todos se concede que, abandonadas todas las cosas, renuncien al mundo y abracen la vida religiosa.
¿Acaso hago algo grande en obedecerte cuando toda criatura está obligada a servirte?
No me debe parecer mucho el prestarte servicio; lo que sí me parece grande y maravilloso es que tú te dignes recibir por hijo tuyo y a contar entre tus siervos favoritos a un hombre tan pobre e indigno como soy yo.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.