Juntos tú y yo vinimos a la vida,
Llena tú de hermosura y yo de amor;
A ti vencido yo, tú a mí vencida,
Nos hallamos por fin juntos los dos.
Y como ruedan mansas, adormidas,
Juntas las ondas en tranquila, mar,
Nuestras dos existencias siempre unidas,
Por el sendero de la vida van.
Tú asida a mi brazo, indiferente
Sigue tu planta mi resuelto pie;
Y de la senda en la áspera pendiente
Ami lado jamás temes caer.
Y tu mano en mi mano, paso a paso,
Marchamos con descuido al porvenir,
Sin temor de mirar el triste ocaso
Donde tendrá nuestra ventura fin.
Con tu hechicero sonreír sonrío,
Reclinado en tu seno angelical,
De ese inocente corazón que es mío,
Arrullado al tranquilo palpitar.
Y la ternura y el amor constantes
En tu limpia mirada vense arder,
Al través de dos lágrimas brillantes
Que temblando en tus párpados se ven.
Son nuestras almas místico ruido
De dos flautas lejanas, cuyo son
En dulcísimo acorde llega unido
De la noche callada entre el rumor.
Cual dos suspiros que al nacer se unieron
En un beso castísimo de amor;
Como el grato perfume que esparcieron
Flores distantes y la brisa unió.
¡Cuánta ternura en tu semblante miro!
¡Que te miren mis ojos siempre así!
Nunca tu pecho exhale ni un suspiro,
Y eso me basta para ser feliz.
¡Que en el sepulcro nuestros cuerpos moren
Bajo una misma lápida los dos!
¡Más mi muerte jamás tus ojos lloren!
¡Ni en la muerte tus ojos cierre yo!
Por Gregorio Gutiérrez González, 1850.