5. Pero, cosa muy triste, los deleites malvados subyugan a aquellos que son dominados por la mundanidad y consideran delicioso el estar acurrucados entre espinas (cfr. Job, 7), incapaces, como son, de ver y gustar la dulzura de Dios y la íntima belleza de la virtud.
Pero aquellos que desprecian totalmente al mundo y se esfuerzan en vivir para Dios bajo la santa disciplina, conocen la bondad divina que fue prometida a los que, con toda sinceridad, han renunciado a sí mismo y ven con toda claridad cuán gravemente yerra el mundo y de cuántas maneras se engaña.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.