3. Enójate contra ti y no permitas que resida en ti ninguna hinchazón de orgullo; hazte tan pequeño y sumiso que todos puedan caminar por encima de ti, pisándote como lodo de las calles.
Hombre miserable, ¿de qué te quejas? Tú, pecador inmundo, que tantas veces ofendiste a tu Señor y que otras tantas mereciste el infierno, cómo osarás oponerte a los que te injurian?
Ante mi mirada apareció lo valiosa que es tu alma y mis ojos tuvieron compasión de ti. Lo hice para que conocieras mi amor y fueras siempre agradecido a mis beneficios, para que te entregaras continuamente a la obediencia y a la verdadera humildad y sufrieras con paciencia el menosprecio de tu persona.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.