4. ¿Qué te daré yo por tantos millares de beneficios? ¡Ojalá pudiera servirte todos los días de mi vida! ¡Ojalá pudiera servirte dignamente siquiera un día solo!
Verdaderamente tu eres merecedor de todo servicio, de todo amor y de alabanza eterna. Tú solo eres mi Señor y yo soy un pobre siervo tuyo que estoy obligado a trabajar por ti con todas mis fuerzas y alabarte sin cansarme. Así lo quiero, así lo deseo y, lo que me falta, te ruego que tú lo suplas.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.