3. No quiero consuelo que me quite la contrición, ni contemplación que me llene de soberbia, ya que no todo lo sublime es santo, ni todo lo dulce es bueno, ni cualquier deseo es puro, ni todo lo que amamos es agradable a Dios.
Con gusto acepto una gracia que me haga más humilde y más precavido y me estimule mejor a renunciar a mí mismo.
La persona que aprendió a valorar el don de la gracia y su privación, no osará atribuirse a sí ningún bien, al contrario se reconocerá pobre y desnuda.
Da a Dios lo que es de Dios y atribuye a ti lo que es tuyo, es decir: dale gracias a Dios por sus favores y confiesa que tuyo es el pecado y que por él mereces una gravísima pena.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.