5. Por eso decía uno de los profetas al sentir la presencia de la gracia: Yo dije en mi abundancia: no seré removido jamás (Sal. 29, 7). Pero, al ausentarse la gracia, añade lo que experimentó diciendo: Me escondiste tu rostro y caí en la turbación (Sal. 29, 8). Pero no desespera y con mayor insistencia pide a Dios y le dice: Clamaré a ti, Señor; elevaré mis plegarias a Dios (Sal. 29, 9).
Y al fin alcanza el fruto de su oración y confiesa haber sido oído, y exclama: El Señor es mi defensor (Sal, 29, 11). ¿En qué consistió la ayuda? Expresa: Cambiaste mi llanto en gozo y me llenaste de alegría (Sal. 29, 12).
Si hasta los grandes santos han sido tratados así, nosotros, enfermos y pobres, no debemos desconfiar si algunas veces estamos fervorosos y otras tibios y fríos, porque el espíritu viene y se va según su propia voluntad. Por eso el bienaventurado Job confiesa: Por la mañana lo visitas y a cada instante lo sometes a prueba (Job 7, 18).
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.