Es posible que este tiempo sea en inicio de un engranaje de hechos que la humanidad entera deberá enfrentar, y siendo, aparentemente, este virus COVID-19, un nuevo ser que como los seres humanos desea vivir, y para hacerlo lo hace a costas de las vidas humanas, algo similar en lo que hace el ser humano, que vive a expensas de la muerte acelerada de la Madre Tierra.
Este virus que ha generado una pandemia y por ende un fenómeno bastante inusual para todos los países en simultaneo, la cuarentena obligatoria, en torno a no encontrar o no existir una posible cura, y los miles de muertes que día a día se registran, nos debería llevar a hacernos preguntas y arriesgarnos a contestarlas, ellas podrían ser: ¿estaba la humanidad y los gobiernos preparados para afrontar este tipo de riesgos contra la especie?, ¿la manera como nos relacionamos e interactuamos con la Madre Tierra ha sido bajo una ética de respeto por la biodiversidad y bioculturalidad?, ¿nosotros como individuos y familias, hemos adoptado estilos de vida saludable y hemos desarrollado un camino espiritual que nos permitiera estar fortalecidos ante este tipo de “amenazas”?, ¿la ciencia y la espiritualidad se han podido articular para buscar las soluciones de los muchos problemas y males que amenazan hoy a la humanidad?
Creo que para muchos las respuestas a este tipo de preguntas son negativa y se podría resumir en un comportamiento colectivo de la humanidad trasgresor de respeto a la biodiversidad y la bioculturalidad, nuestros estilos de vida están basados en el consumo irracional y en muchos casos desarticulado a procesos de desarrollo espiritual individual y colectivo, y la ciencia no se ha acabado de unir a las corrientes espirituales que desde hace miles de años han explorado la vida del hombre en el planeta tierra y su papel en ella y en el universo. Todo lo anterior nos llevaría a concluir que la humanidad entera y los estados no nos hemos preparado para afrontar este tipo de riesgos contra la especie.
La muerte siempre será dolorosa vista desde el apego y más cuando ésta se manifiesta sin control como una horda que avanza y arrasa a su paso lo que ve, sin que poco o mucho podamos hacer. Sin embargo, la muerte debe ser entendible desde el enfoque de las leyes de la vida y cómo éstas se basan en la igualdad, todos morimos. Ahora bien, nos aterramos cuando miles de personas mueren en pocos días en todos los países del mundo, pero poco más nos aterramos por hechos sistemáticos como la muerte de millones de aves, semovientes, cerdos, entre otros, para alimentar a la gran especie humana, criados y engordados a la fuerza de las maneras más indignas y malignas.
La humanidad está empezando a pagar un costo alto, pero no tal alto como el que pagaremos si verdaderamente no comenzamos a cambiar de corazón, de manera individual, familiar y colectiva nuestra manera de ser y de relacionarnos con nuestra Madre Tierra, con nuestros hermanos animales, los cuales nos han enseñado a vivir en paz en medio de su aparente “salvajismo e ignorancia”, con las hermanas las plantas, quienes como los animales son arrasadas en las talas y quemas de millones de hectáreas al año.
Nos podríamos además preguntar, ¿si este virus es un resultado de la relación de la humanidad con la tierra, si es un efecto de lo que hemos hecho de nosotros y lo de afuera?, ¿si no lo merecemos? Y además ¿si puede ser este un aliado de la humanidad que tiene un fin determinado?
Es muy posible que a todas las preguntas respondamos que sí, que efectivamente cada momento en la historia de todo ser vivo en el universo está mediado por dos actos que ocurren en el mismo tiempo y lugar, la siembra y la cosecha. Aprender a ver este virus con todos los efectos que ha ocasionado y que ocasionará, como un aliado de la humanidad es una tarea urgente y de alta importancia, puesto que las políticas mundiales deben cambiar, pues la injusticia ha generado tanto caos y dolor, que, de no ser detenido y revertido, este mismo continuará engendrando más muerte, destrucción y dolor.
Tenemos como humanidad que revalorar nuestros valores, nuestra ética, nuestra relación con la Madre Tierra y los seres vivos con quienes compartimos esta existencia. De lo contrario, el fruto de la gran siembra que se ha llevado a cabo es conocido por todos, la destrucción de la humanidad en una sistemática y acelerada crisis de acontecimientos de dolor, muerte y desesperación.
Un camino debe abrirse, aprender a valorar nuestros patrimonios, la tierra y el agua como elementales colectivos, sin privatización, los cambios de modelos extractivistas, por modelos que garanticen un equilibrio biológico y que garanticen el respeto y continuidad por la riqueza biocultural del planeta. La reconcentración del poder y de las riquezas, deberá moldearse hasta generar un sistema de oportunidades para todos.
Mientras tanto, la muerte hará su danza, mientras todos encerrados en lo que podría ser muchas cuarentenas, pensamos que no es con nosotros, que esto pasará, que cuándo será que todo vuelve a la normalidad, esta normalidad ya no existirá, pues el miedo se ha apoderado profundamente de los corazones, miedo instaurado por los estados y acuñado por las leyes, miedo a la muerte, cuando es lo más factible que tenemos, miedo a que pasen cosas desastrosas, cuando lo que tiene que pasar pasará, y como en la bella sabiduría de la existencia, a cada quien se le guarda lo que necesita y ha sembrado.
Podría ser un poco despectiva e indolente la mirada sobre la muerte, en especial en momentos donde miles de familias en el mundo están de luto o en procesos de inmenso dolor, pero la reflexión va más allá, va dirigida a cuál es el mensaje que todo esto nos está dejando, es que leamos más allá de los procesos individuales y/o familiares, de ciudad o de país, y lo miremos como la humanidad que estamos instalados como huéspedes en una casa, que no es nuestra, que es prestada y que depende de nosotros cómo la entregaremos a nuestros hijos.
Por:
José Fernando Botero Grisales
Técnico Operativo en Cultura y Patrimonio