4. Considérate indigno de la divina dulzura y sí merecedor de la adversidad. Cuando el hombre tiene un perfecto arrepentimiento, todo lo que es mundano le resulta molesto y amargo.
El varón recto halla bastante materia para dolerse y llorar. Sea que no se considere a sí mismo y sea que mire a su prójimo, se da cuenta que en la tierra nadie vive sin tribulaciones. Y cuanto más severamente se mira, tanto mayor es su dolor.
Nuestro pecados y nuestras malas costumbres constituyen materia más que suficiente para una justa aflicción y una intensa compunción. Nuestras faltas nos enredan de tal forma que pocas veces nos permiten contemplar las cosas celestiales.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.