2. Por ligereza de reflexión y descuido de nuestros defectos no medimos con exactitud las dolencias de nuestra alma y por eso, muchas veces, nos ponemos a reír como locos cuando, en realidad, deberíamos derramar amargas lágrimas.
No hay verdadera libertad ni santa alegría sino el temor de Dios y en la rectitud de conciencia.
¡Feliz aquel que puede aligerarse de todo impedimento de distracción y concentrase en la unión con Dios mediante la perfecta constricción! ¡Dichoso el que sacude de sí cuanto puede manchar o turbar su conciencia!
Pelea como varón; una costumbre se suprime con otra costumbre. Si no molestas a los hombres, ellos también te dejarán libre para que lleves a cabo tus asuntos.
Lea también: Capítulo 21|Compunción del corazón
Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.