5. ¡Qué grande fue el fervor de todos los religiosos al comienzo de su sagrada institución! ¡Cuánta devoción en la oración! ¡Qué celo por practicar la virtud! ¡Qué disciplina! ¡Cuánta sumisión y docilidad al superior había en todos! Las huellas que nos han dejado dan testimonio que, de veras, fueron varones santos y perfectos y que, mediante una lucha valiente, derrotaron al mundo.
Hoy, en vez, se le considera a uno bueno si no traiciona a su fe y su puede soportar con paciencia lo que aceptó voluntariamente.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.