1.Todo hombre, por naturaleza, desea ser erudito. Pero, ¿qué importa la ciencia sin temor de Dios? Ciertamente vale mucho más un humilde campesino que sirve a Dios que un filósofo soberbio que descuida a sí mismo e investiga las leyes del universo.
El que se conoce bien se considera de poco valor y no busca la aprobación de los hombres. Ante Dios, que me juzgará por mis acciones, ¿de qué me aprovechará el poseer toda la ciencia del mundo si no tengo la caridad?
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Fuente: Tomas de Kenpis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.