8. Todos los días, del uno al otro confín de la tierra, en lo más profundo de los abismos, todo pregona y exalta a la admirable María. Los nueve coros angélicos, los hombres de todo sexo, edad, condición, religión, buenos y malos, y hasta los mismos demonios —de grado o por fuerza— se ven obligados, dada la evidencia de la verdad, a proclamarla bienaventurada.
Todos los ángeles en el cielo —dice San Buenaventura— le repiten continuamente: «¡Santa, santa, santa María! ¡Virgen y Madre de Dios!». Y lo ofrecen todos los días millones y millones de veces la salutación angélica: «Dios te salve, María…», prosternándose ante Ella y suplicándole que, por favor, los honre con alguno de sus encargos. «San Miguel —llega a decir San Agustín— no obstante ser el príncipe de la milicia celestial, es el más celoso en rendirle y hacer que otros le rindan toda clase de honores, esperando siempre sus órdenes para volar en socorro de alguno de sus servidores».
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