La tarde se tornó amarilla, me asaltó una historia de tantas que nos conforman, pues de historias se construye la vida, esa corriente que me une a ti.
Ha bajado la intensidad del color, está oscuro y palideció el ambiente, lo que me conduce a mi interior, pues en esta Antioquia se buscan las razones desde adentro.
Es así que en lo profundo mío apareció el cura sin cabeza confundido, no recordaba de que modo la perdió. Como Carrasquilla había dejado a la muerte sentada y atada en un aguacate le había tomado demasiada ventaja y seguía viviendo su pesadilla. Me dije: «Los paisas somos generosos y creativos, le daré una nueva cabeza, le recordaré que todos somos eternos, espíritus abismales, pero no tiene que ser así por siempre, le enseñé la ruta, soltó a los paisas con sus miedos y maldiciones emprendiendo el recorrido hacía sí mismo».
A unos pasos de allí, sin ser casualidad, estaba cansada de trasegar por las montañas la pata sola, me le acerqué con respeto, le proporcioné las dos piernas perfectas para que estuviera en equilibrio. Se le iluminó el rostro y desapareció.
Después de otras zancadas mientras sentía el viento en mi rostro, ¡qué sorpresa! En frente se encontraba el hojarasquín, quería salir corriendo como siempre pero lo tomé de la mano lo invité a sentarse conmigo, le expliqué de dónde provenía cada hoja, como librarse de todas para poder ser; cada hoja representaba a quien lo había imaginado y a quienes replicaban su historia, su temor, así que con la misma imaginación le entregó a cada quien su porción y quedó hermoso.
Cómo estaba cada vez más oscuro caí a un hoyo, conservé la calma, estaba lleno de brujas, con franqueza les dije: «Ustedes son bonitas y pueden hacer mucho bien, aprovechar esas virtudes, soltarse y disolver todo lo que les impide hacer un verdadero vuelo, les mostré como se han encadenado a otros seres y como resolverlo, así serían más libres y felices, no es por nada pero casi todas querían volar de verdad y siguieron mis consejos.
Me sacaron de allí volando, aterricé en una calle de Medellín y ahí estaba escondido el Sombrerón entre su ruana y sombrero. Para entrar en confianza le dije: esas ruanas son escasas en este tiempo. Retrocedió, noté que debajo de la ruana estaba el Mohan usándola para protegerse del Covid, les dije: «siguen viviendo en las mentes paisas pero ambos puedes salir de ahí, al hacerlo van a estar bien, es recoger su energía y no estar dispersos, ya verán como se ponen de guapos«. Al instante dejaron de hacer recorridos sin rumbo fijo.
No sé cómo llegué a la quebrada Santa Elena, en un mar de lágrimas estaba la Llorona, entonces decidí consolarla, la abracé y le dije: «madre, he ahí a tu hijo». Ella lo abrazó dejando atrás todo llanto, el niño exclamó: «¡Eh ave maría, tanto que tardó nuestro reencuentro!». Para entonces ya era noche, me fuí a dormir.
Por: Berenice Pérez Hincapié.
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