4. Acepta, Señor y Dios mío, mis votos y mis deseos de ensalzarte y tributarte infinitas alabanzas e inmensas bendiciones que se te deben por la magnitud de tu inefable grandeza.
Todo esto es el homenaje que yo te presento ahora y que quiero entregarte cada día y cada momento. Invito y ruego a todos los espíritus celestiales y a todos los fieles que se unan a mí para darte gracias y para bendecirte.
5. Que todos los pueblos, las naciones y las lenguas (Dan. 7, 14) alaben y celebren con alegría suma y ardiente devoción tu santo y dulce nombre.
Y que todos aquellos que con reverencia y piedad profundas celebran tus divinos misterios y los reciben con fe plena, merezcan hallar gracia y misericordia ante tu divino acatamiento y que rueguen insistentemente por mí, pobre pecador.
Y que se dignen acordarse de este pobrecito también cuando, alcanza aquella devoción y aquella beatífica unión que tanto deseaban, se retiran de la mesa sagrada y celestial todos maravillosamente saciados y llenos de consuelo.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.