2. Y aunque yo sea indigno de sentir todos esos sentimientos devotos, te ofrezco, sin embargo, todo el afecto de mi corazón como si yo sólo tuviera todos esos inflamados deseos que a ti te son tan agradables.
Te presento, además, y te ofrezco con sumo respeto e íntimo fervor, todo lo que el alma devota puede concebir y desear.
No quiero reservar nada para mí; lo único que pretendo es inmolarme a mí mismo, con todo cuanto tengo y soy, y lo hago con toda franqueza y con decidida voluntad.
Señor, Dios mío, mi Creador y Redentor, anhelo recibirte hoy con aquella amorosa veneración, con aquellos sentimientos de alabanza y de honor, con aquella gratitud y caridad, con aquella fe, esperanza y pureza de corazón, con que te deseó y te recibió tu santísima Madre, la gloriosa Virgen María, cuando, al ángel que le anunciaba el misterio de la Encarnación, respondió con devota humildad: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc. 1, 38).
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.