3. Cuando yo te conceda la gracia de la devoción, agradécela a tu Dios, que te la entregó no porque tú seas digno sino porque tiene misericordia de ti. Si no la tienes y te sientes muy árido, persevera en la oración, gime, llama y no dejes de hacerlo hasta que hayas merecido por lo menos una migaja o una gota de gracia salvadora.

No eres tú el que vienes a santificarme a mí, sino que soy yo el que voy a santificarte a ti y a hacerte mejor.

Tu vienes para ser santificado por mí y para unirte más a mí, para recibir una gracia más abundante y para enfervorizarte más en el camino de la purificación.

No menosprecies esta gracia (1 Tim. 4, 14); prepara tu corazón con todo cuidado y haz entrar en ti a tu amado.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.