1. Señor, todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, son tuyas. No obstante, quiero entregarme a ti como ofrenda voluntaria y ser tuyo para siempre.

Señor, con sinceridad de corazón, hoy me ofrezco a ti como siervo perpetuo para obedecerte y hacerte el sacrificio de perenne alabanza. Recíbeme juntamente con la oblación santa de tu precioso cuerpo que ahora yo —con la presencia y asistencia invisible de los ángeles— te presento para que sea mi salvación y la de todo el pueblo.

Lea también: El que de vosotros no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mí discípulo (Lc. 14, 33)

Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.