1. Así como yo, con los brazos abiertos y con el cuerpo desnudo sobre la cruz, me ofrecí espontáneamente a Dios Padre por tus pecados de modo que nada quedó en mi que no fuera del todo transformado en oblación para reconciliarte con Dios, de la misma manera debes tú también, desde lo más íntimo del corazón, ofrecerte voluntariamente a mí todos los días en la Misa, como ofrenda pura y santa, con todas tus fuerzas y todos tus afectos.
¿Qué más puedo yo desear de ti, sino que te esfuerces en ofrecerte a mi enteramente? Cualquier cosa que me regales, fuera de ti, no la tomo en consideración, ya que yo no busco tus dádivas sino a tu persona.
Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.