1. Señor, cuando considero tu grandeza y la comparo con mi pequeñez, me lleno de terror y confusión. Porque si no me acerco a tu sacramento, huyo de la vida y si lo hago indignamente, caigo en pecado grave. ¿Qué haré, por lo tanto, Dios mío? Tú eres mi ayuda (Is. 50, 7) y consejero en mis necesidades, dime lo que debo hacer.
2. Indícame tú el camino recto y enséñame algún ejercicio conveniente para la sagrada comunión porque es útil saber con qué devoción y respeto debo yo disponer mi corazón para recibir con provecho tu sacramento o para celebrar tan grande y divino sacrificio.
Lea también: Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios y alegra a los ángeles
Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.