5. En verdad, yo trabajo y vivo con el sudor de mi frente, mi corazón es atormentado por sufrimientos interiores, los pecados me oprimen, las tentaciones me combaten y muchas pasiones perversas me persiguen y me aplastan, y no hay nadie que me socorra (Sal. 21, 12), no hay nadie que pueda liberarme y ampararme (Sal. 7, 3). A ti te entrego mi persona y todo lo mío para que me guardes y conduzcas a la vida eterna.
Acéptame para alabanza y gloria de tu nombre, ya que me preparaste tu cuerpo y tu sangre para ser alimento y bebida. ¡Oh Dios, mi Señor, y mi salvación! (Sal. 26, 9), concédeme que, con la recepción frecuente de este misterio, crezca el afecto de mi devoción.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.