4. Por lo tanto, si no puedo sacar agua de la plenitud de esta fuente y beber hasta saciarme, acercaré por lo menos mis labios a la abertura de ese divino manantial para sorber de allí alguna gotita que mitigue mi sed y así no secarme enteramente.
Aunque no pueda ser todo celestial y tan abrasado como los querubines y los serafines, trabajaré, sin embargo, para alcanzar la devoción suficiente y preparar mi corazón a fin de que pueda conseguir siquiera una pequeña llama del divino incendio mediante la recepción del sacramento de la salvación.
¡Oh bien Jesús! ¡Oh Salvador santísimo! Todo lo que me falta, súplelo tú, con tu benignidad y misericordia; tú, que te has dignado llamarnos a todos, diciendo: Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré (Mt. 11, 28).
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.