1. Señor, me acerco a ti para disfrutar de tu sagrado don y para regocijarme en tu santo convite que, en tu bondad, oh Dios, has preparado para el pobre (Sal. 67, 11). Todo lo que puedo, y debo desear, se encuentra en ti; tú eres mi salvación y mi redención, mi esperanza y mi fortaleza, mi honor y mi gloria. Hoy, pues, alegra el alma de tu siervo, porque hacia ti, Señor Jesús, levanto mi alma (Sal. 85, 4).
Ardientemente deseo recibirte ahora, con devoción y respeto; deseo hospedarte en mi casa para merecer, como Zaqueo, tu bendición y ser contado entre los hijos de Abraham.
Mi alma tiene hambre de tu cuerpo y mi corazón suspira por unirse a ti.
Lea también: El amor de Cristo nunca se entibia, ni se agota el tesoro de su expiación
Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.