5. ¡Oh, Dios mío! ¡Cuánto se esforzaron ellos para agradarte! ¡Cuán poco es, por otra parte, lo que hago yo! ¡Cómo es breve el tiempo empleado para prepararme a comulgar! Rara vez estoy totalmente recogido y rarísima libre de toda distracción.
En presencia de tu salvadora divinidad no debería, ciertamente, ocurrírseme ningún pensamiento que no fuera digno de ti y no debería dejarme dominar por criatura alguna, porque no es un ángel a quien voy a recibir en mi casa, sino al Señor de los ángeles.
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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.