1. Estas son tus palabras, ¡oh Cristo, verdad eterna!, aunque no hayan sido pronunciadas todas en el mismo tiempo ni escritas en un solo lugar. Pero como son tuyas y son verdaderas, yo las debo recibir todas con gratitud y con fe.

Tuyas son porque tú las pronunciaste, pero son también mías porque tú las dijiste por mi salvación. Con alegría yo las recibo de tus labios para que penetren muy profundamente en mi corazón.

Palabras tan llenas de misericordia, y tan colmadas de dulzura y de amor, me entusiasman, pero me espantan mis pecados y mi conciencia mancillada me impide recibir tan altos misterios. La delicadeza de tus palabras me atrae, pero me retrasa la multitud de mis defectos.

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Fuente: Tomas de Kempis. La Imitación de Cristo. Edición Paulinas.